
Cambiar es posible
Por Susana Erlich
En todos lo órdenes de nuestra vida, los seres humanos actuamos y nos movemos dentro de una “zona de comodidad”, donde pensamientos, conductas y emociones se experimentan de manera automática. Aquello que aprendimos y fuimos convirtiendo en hábito existe dentro de esta zona.
Esto ocurre no sólo con los hábitos más cotidianos, sino también con conductas menos habituales, que son aprendidas y actuadas sin detenernos a pensar en lo que hacemos.
Al hablar de hábitos cotidianos nos referimos al día a día. Un ejemplo: tomar el desayuno de una manera determinada y con los mismos alimentos, accionar cada mañana en el mismo orden: primero el baño, luego el desayuno y al rato el momento de vestirnos, o cualquier otra combinación posible. Es probable que este ejemplo lo haya llevado a usted a pensar en sus propios hábitos de cada mañana y seguramente el 99% de los días usted cumpla la misma rutina.
Esta situación se da también en los ámbitos laborales y con relación a los vínculos. Si por alguna razón usted piensa que delegar es complicado, seguramente encontrará los justificativos necesarios para quedarse a cargo de todas las tareas. Así, el trabajar solo y no delegar se encontrará dentro de su zona de comodidad.
Referido a los vínculos, nos relacionamos de acuerdo con el principio de acción y reacción. Esto es, ante una misma persona usted acciona de una forma y, a su vez, la otra persona reacciona siempre de una manera predeterminada. Esta cadena de “acción-reacción” funciona de manera automática, porque está ubicada en su zona de comodidad: es lo que usted aprendió.
Un ejemplo conocido es el que se da entre padres e hijos: cada vez que el padre le pide a su hijo que ordene el cuarto, la respuesta del hijo es no hacerlo. Ante la insistencia del padre, la respuesta del hijo será la misma: no obedecer. Es decir, que la “acción” del padre de pedir orden genera en el hijo la “reacción” de no hacerlo. Ante el mismo pedido, obtendrá la misma respuesta.
Esta interacción está ubicada dentro de la zona de comodidad. Es lo conocido por el padre, y es la única manera en que sabe pedirle orden a su hijo. Para lograr algo diferente, hay que hacer algo diferente, por ejemplo, comunicar de otra forma. Esto implica moverse del lugar, pasar de la zona de comodidad a una nueva zona “desconocida”, donde lo que hagamos será nuevo, es decir, diferente de lo aprendido hasta ese momento.
Y al ser inédito, distinto, nos veremos obligados a pensar en lo que hacemos, a poner conciencia, intención y voluntad. Este paso genera miedo e inseguridad. Probamos algo diferente un día y evaluamos las reacciones. Lo sostenemos otro día más… y como estamos incómodos con estos nuevos hábitos, tendemos a volver a la zona de comodidad, porque ahí estábamos más relajados y actuábamos de manera automática.
Esta dinámica se da también en el ámbito laboral, donde entran en juego otros elementos más complejos, cuyas consecuencias pueden ser muy complicadas.
Para colaborar en estos procesos de cambios existe la figura del facilitador de cambios. Su principal misión es acompañar, guiar, ayudar a las personas a transitar desde sus zonas de comodidad hacia otras aún desconocidas, hasta que las nuevas conductas, pensamientos y emociones se incorporen a la zona de comodidad. Esta es la forma de crecer como personas en el ámbito personal y laboral.
El proceso de acompañamiento comienza cuando la persona tiene en claro su necesidad de generar un cambio. Por ejemplo: delegar, encontrar un camino laboral adecuado, comenzar a comunicar de manera asertiva y sintética…
A partir de ese momento, el facilitador colaborará en el proceso de cambio hasta que la nueva conducta se haya instalado en la persona, es decir, hasta que se haya convertido en hábito. Ya la persona no necesitará “pensar” para accionar lo nuevo, pues lo hará automáticamente. De esta manera, la zona de comodidad original se habrá ampliado con estos nuevos hábitos.
Cuando aprendemos a transitar los cambios y logramos que estos sean parte de nuestro estilo de vida, se abren nuevas y buenas perspectivas para llevar una vida plena y distinta, y poder gozar así de una excelente calidad de vida. En un mundo donde la constante es el cambio y el mayor capital de las empresas son los recursos humanos, éstas deben estar preparadas y coordinar acciones efectivas para optimizar los procesos de transformación de su personal, lo que redundará en beneficios mensurables para la empresa.
Susana Erlich – Facilitadora de Negocios – Visión estratégica empresarial